Quetzaltenango en
busca del espacio olvidado
Viaje sin planes estrictos. Instálese
en un café, camine en el campo, o siéntese en el parque todo el día.
Construya sus propios recuerdos, porque a Xela no se le olvida
Alejandra Gutiérrez Valdizán | agutierrez@sigloxxi.com
REGRESO AL PASADO
Me asignan hacer la crónica
de viaje de Quetzaltenango, y me resulta desconcertante, porque viajo al
lugar donde crecí. La nostalgia o la sorpresa del primer encuentro
requieren esfuerzo y para eso está la ruta. Quien decida hacer el viaje
tiene que optar entre la carretera Interamericana, llena de baches,
construcciones, colas eternas, grandes polvaredas y camionetas
suicido-asesinas rebasando casi sin que nos dé tiempo a leer Yesenia;
Regalito de Dios; Dichoso Adán que no tuvo suegra, etcétera. Pero al
mismo tiempo se puede disfrutar del maravilloso paisaje de las montañas
y la cadena de pequeños restaurantes en el área de Tecpán.
En la ruta costera se puede acelerar locamente junto a los camiones de
caña y disfrutar del paisaje, del calor y las paradas en puestos con
cocos y mojarras. La carretera está en mejor estado, aunque no podrá
escapar de las camionetas suicido-asesinas.
La llegada a Quetzaltenango ha cambiado. Ahora hay un periférico. Y el
Monumento a la Marimba que recibe de espaldas al visitante, ahora es
resguardado por un gran arco multicolor, donde se sostiene el León
dorado, otro referente escultórico de la ciudad.
Ya dentro de ella, pasados los periféricos y las rutas, se puede
caminar. La mejor idea es dejar el carro en un parqueo –aquí también
laboran los amigos de lo ajeno– y pasearla a pie, al menos el centro y
sus alrededores. Gracias a una iniciativa para remozar el casco antiguo,
el pasado neoclásico de Xela se observa ahora más brillante, mejor
pintado, más iluminado por las noches. Honestamente, la Luna de Xelajú
no es una metáfora o el producto de un alma romántica y enardecida; la
luna de Xelajú, vista desde el parque es en verdad una gardenia de
plata. Lo siento. Es el efecto de la melancolía.
El ombligo de Xela
Hace años un alcalde muy optimista, en su discurso de toma de
posesión, se refirió a Quetzaltenango como “la metrópoli
cosmopolita”. Algunos se la creyeron y otros sonrieron con sorna. Pero
podríamos decir que el funcionario fue un visionario. Xela no es una
metrópoli, pero sí una de las ciudades más cosmopolitas del país. No
sólo por los turistas sin rumbo, sino porque aquí los extranjeros se
quedan, se instalan y comparten sus vidas con los locales.
La ciudad ha crecido a pasos agigantados, y nuevas zonas comerciales y
urbanizaciones se desarrollan, pero si se desea tomar el pulso de la
ciudad, su corazón está en el parque. El Parque Centroamérica continúa
siendo el centro de la ciudad. El paseo al atardecer es imprescindible.
Los funcionarios se lustran los zapatos; las señoras apuradas para ir a
rezar el rosario a la Catedral; los estudiantes de español, sentados en
el quiosco junto a sus profesores –de más está decir que han surgido
muchas historias de amor–; niños que persiguen a palomas asustadas, y
algunos que lo atraviesan presurosos para las citas de café. Porque aquí
las reuniones para el café se toman en serio.
Hay que husmear en los edificios que rodean al parque: la Municipalidad,
la Catedral, Gobernación y la Casa de la Cultura. El museo de ésta
última es un lugar mágico y digno de visitar. Es el lugar del todo y de
la nada. Animales disecados a los que se les sale la esponja por los
orificios mal cerrados; mapas; un chivo de siete patas; alguna pieza
precolombina. En fin, uno puede pasar un buen rato en el edificio de
pisos de madera que crujen a cada paso. Mi pieza favorita es el loro
disecado y un poco desplumado, atado a una lámpara, que da la
bienvenida.
No sólo paches
Por supuesto que los paches son imperdibles y maravillosos, las
shecas también, pero hay más opciones.
Para empezar, necesito mencionar a Cardinali, nombrado por mí “el mejor
restaurante italiano del país”. El espacio no es el más hermoso del
mundo, pero sí recuerda a las trattorias italianas, así que la atmósfera
es la adecuada.
Pero no todo acaba en Italia; lo cosmopolita del pueblo se nota en su
comida. Basta ir al Pasaje Enríquez. Si el parque es el corazón, ésta es
su principal arteria. No falta el Pasaje Mediterráneo, con un servicio
con base en tapas y un ambiente agradable.
Casa Babylon, en el mismo edificio, tiene una carta de esas tan grandes
que complican la elección. Suculentas porciones, buenos precios. Por si
fuera poco, tiene anexado el Sushi&Thai bar, un minimalista
restaurante japonés que podría competir con los de la capital.
Unas cuadras más lejos, sobre la 14 avenida “A”, se encuentra el Royal
Paris, restaurante francés, sin grandes pretensiones, pero con una
excelente comida.
El occidente guatemalteco es una región
que crece, bulle y se convierte día a día en una visita imprescindible
para el turismo internacional.
Desde los pueblos más pequeños, que mantienen el encanto de lo puro y lo
intocable, mezclando la arquitectura de adobe con los enormes ventanales
espejeados y las fachadas cerámicas, hasta las ciudades cabeceras que
crecen y empiezan a llenarse de restaurantes de comida rápida y centros
comerciales, pero que conservan el maravilloso y pausado ritmo de los
pueblos.
Viajar a occidente, en este caso a Quetzaltenango y sus alrededores,
resulta un respiro y una nueva mirada a un país que no tiene una sola
cara.
Como no todo está en el centro, también se puede dar una vuelta por la
zona 3, donde se encuentra, entre otros, Tertulianos, con fondues,
carnes y buen servicio.
EL MUNDO DE LOS SUEÑOS
En Quetzaltenango, especialmente en sus alrededores, han surgido como
por generación espontánea una serie de hoteles, cuya estética parece ser
producto de las remesas y en algunos casos de divisas no necesariamente
lícitas. Los que se han hospedado en ellos aseguran que la relación
calidad-precio es bastante positiva. No espere encontrarse con un hotel
boutique.
Pensión Bonifaz. La nostalgia del servicio de un hotel de los de antaño.
Una atmósfera tranquila y pulcra. Frente al parque y para vivir las
glorias pasadas (Tel. 7761-2279).
Hotel del Campo. Comodidad y precios justos. Está en las afueras de la
ciudad. Buena recomendación para familias con niños (Tel. 7763-1665).
The Black Cat Hostel. El favorito de los jóvenes. Si busca
interrelacionarse con otros viajeros este es el lugar; cuenta con un bar
y restaurante visitado por locales y extranjeros. Desde Q50 por persona,
con desayuno incluido (Tel. 7765-8951, www.blackcat-hostels.net).
Hotel Modelo. Céntrico y cómodo; precios justos y atención agradable.
Añejo y sencillo (Tel. 7761-2669).
Villa Real Plaza. Con vistas al parque, y cerca de todo (Tel.
7761-4045).
FUE UN CAFÉ
Baviera. Un clásico sobre la 5a. avenida de la zona 1, tiene su
sucursal con lindo patio en la zona 3. Desayunos con jazz los domingos.
La Luna. Antigüedades y viejeras de
casa de la abuelita. El chocolate caliente es tradición allí.
El cuartito. Quién dijo que en los pueblos no hay antros modernillos.
Un creativo y pequeño lugar cuya decoración y atmósfera realmente
demuestra que algo se mueve en Xela.
La sastrería. En la zona 3, diseño contemporáneo, por si no se quiere
sentir en un pueblo. Café de calidad, y también un menú bastante
variado para un almuerzo ligero o una refacción contundente.
OLVIDE EL FRÍO
La diferencia de vivir a más de 2,500 metros sobre el nivel del mar
no implica que no se compartan los rasgos culturales del resto del país,
en especial la afición al deporte nacional: beber.
Hay que volver al Pasaje Enríquez para saber lo que es Xela. Allí, los
locales y extranjeros comparten, si no mesas, al menos los mismos
espacios para dedicarse a beber y conversar.
El esencial es el Bar Tecún, que ha cambiado de dueños con periodicidad,
pero nunca de decoración. Los litros de cerveza Cabro, porque aquí se
toma Cabro, se evaporan en uno de los departamentos más fríos del país.
Los parroquianos llegan al atardecer, aunque está abierto todo el día, y
no se van hasta que los botan, ya cuando se empieza a fraguar una
sublevación por la independencia del Estado de los Altos. A la una, todo
cierra, y los anhelos independentistas se olvidan, hasta la próxima
reunión.
Para disfrutar la mejor vista del parque está El balcón del Enríquez,
desde donde se ve el fluir de la ciudad. Es aconsejable ir al atardecer,
cuando las luces del parque empiezan a encenderse, el tráfico desciende
y el frío aún no ataca (recuerde, las noches aquí pueden ser frías,
especialmente entre noviembre y febrero).
Así también, toda la 14 avenida “A” se ha convertido en una calle
plagada de bares, pequeños y grandes, y discotecas, desde el teatro
hacia abajo. En el Barig, frente al Teatro Municipal, hay otra visita
obligatoria, y con música en vivo. El duende es un clásico; empezó como
un pequeño bar y ahora es bar y discoteca.
Xela y sus alrededores
Vale la pena venir en auto, no para moverse por la ciudad, pero sí
para perderse en sus alrededores.
El volcán, la laguna de Xicabal y
caminatas. Usted decide si ver el volcán desde la comodidad de una
terraza en Xela, o si quiere estar allí y gozar de las majestuosas
vistas. La laguna de Xicabal es un lugar mágico. Hay guías que le
muestran la ruta, o puede contactar con compañías turísticas desde su
hotel.
AYUDA AL VIAJERO
Lea XelaWho, revista en inglés para extranjeros, pero con los datos
más actualizados de los sitios por visitar. Entérese de cómo ven la
ciudad los visitantes que decidieron quedarse. La encuentra en cafés y
restaurantes.
Altiplano’s Tour Operador organiza visitas guiadas a los alrededores
de Xela. Excursiones al volcán, a la laguna, entre otros. Ellos pueden
ayudarlo en su viaje, y garantizar que no se perderá en el intento (Tel.
7766-9614).
Carreteras vecinales
Los domingos de mi niñez se hacían días
de campo; aún se puede ahora, pero hay que recorrer más kilómetros
intentando encontrar bosques y terrenos que
no hayan sido vallados o construidos.
No es necesario llevar mapa; sólo es cuestión de tomar el timón y
perderse por las vecindades de Quetzaltenango. En cada parada encontrará
un pequeño tesoro, compras para hacer, iglesias en las cuales visitar y
gente con quien conversar.
Totonicapán está muy cerca y tiene bosques maravillosos. En Almolonga y
Zunil es necesario escapar del caos vial lleno de camiones cargados de
verduras, para caminar entre sus sembradíos. Es absolutamente prohibido
hacer cosecha propia.
El “turismo termal”, es imprescindible: unas horas sumergido en las
aguas sulfurosas equivalen a una semana de vacaciones.
LAS VECINDADES
San Francisco El Alto. Día de mercado: viernes. Su oferta de
animales es digna de ver. Hay lechoncitos en venta, y a unos pasos
puede comprar chicharrones.
San Andrés Xecul. La iglesia que ha recorrido el mundo en forma de
postal. No olvide visitar a San Simón o Maximón. Pregunte; todos lo
guiarán a la casa del cofrade. Compre allí mismo una vela, un
cigarrillo o un octavo para dejar de ofrenda, por si las moscas.
San Cristóbal Totonicapán. Su iglesia y el convento son dignos de ver.
La morería es también una visita obligatoria.
Salcajá. Como un adolescente que va creciendo y aún no toma forma. Pero
vale la pena, por sus compras. Rompopo del bueno, y caldo de frutas; eso
sí, debe preguntar discretamente y ni se le ocurra pedir la receta.
Nadie la da. Si no es amigo de Baco, también puede conseguir tejidos.
Zunil. Los baños termales son en verdad curativos. Las Aguas Georginas
siguen ocupando el primer lugar; es como ir al spa, pero más barato.
También está Las Cumbres, un hotel y restaurante en el que puede tener
habitación con bañera de aguas termales.
Cantel. Uno de los pueblos más industriosos. Visite la fábrica de
tejidos del mismo nombre, y Copavic, artesanos del vidrio soplado.
Puede pedir una visita al taller, soplar y hacer botellas. |